Huelga del SUTEP: mentalidades e ideologías del magisterio nacional
Por: Billy Crisanto Seminario
Foto: periodicoelhalcon.blogspot.fr
En el contexto de una huelga del SUTEP que amenaza prolongarse, es oportuno, ahondar en los sustratos ideológicos que operan en las actitudes y en las mentalidades del magisterio nacional. De plano, ordenar el sistema educativo público es entre otras cosas oponer dos paradigmas mentales opuestos. La mentalidad estatista por un lado, y la liberal por el otro. Esta dualidad, si bien se ha estructurado académicamente en los centros formadores superiores, es el reflejo de la evolución política y económica ocurrida en el país en las últimas décadas. El estatismo, como espacio laboral exclusivo y excluyente, y también como actitud, comenzó prácticamente con el nacimiento de la república. Sin embargo alcanzó visos alarmantes entre las décadas de los setenta y de los ochenta.
La mentalidad estatista se oficializó en la Ley del Profesorado. Ésta generó que la expectativa principal de todo docente egresado de un centro superior fuera obtener una plaza laboral en el Estado. Dicha plaza implicaba una trinchera blindada contra todo tipo de despidos, léase estabilidad laboral absoluta. Era tal la oferta de trabajo en el sistema público que la mayor parte de maestros escogía quedarse en la ciudad, y las plazas de las zonas rurales debían cubrirse con profesores intitulados, y algunas veces, sólo con estudios secundarios. El título se iba obteniendo en el camino.
Consecuencia de ello, en los noventa apareció otro factor negativo. Se trata del negocio de los estudios de profesionalización docente, en los cuales se asistía unas cuantas semanas a las universidades en las vacaciones de verano durante tres, cuatro, o cinco años. En los meses restantes se resolvían las actividades o tareas de los módulos entregados por cada catedrático. Éstas se presentaban en el mes de agosto, durante las vacaciones de medio año, donde volvían a recibir nuevos módulos. He sido testigo de excepción de la precariedad académica de buena parte de estos maestros, a quienes no les quedaba otra opción que pagar para que les hagan sus trabajos y para que los preparen para exponerlos. Y es que desde el primer día de clase su profesor de la universidad les repartía los temas para “investigar”, y las clases no consistían en otra cosa que la exposición de trabajos.
Volviendo a la mentalidad estatista, un hecho tan crucial como negativo, en muchos de estos docentes era pensar que una vez logrado su nombramiento en una plaza del Estado terminaba su etapa de estudiar, y sólo debían aplicar lo que aprendieron en la facultad o en instituto. De esta manera se fueron quedando sólo con lo aprendido en la los años de su formación, como si la pedagogía, la didáctica y las diferentes ciencias no avanzaran. El pretexto era que el sueldo no alcanzaba para actualizarse. Pasó el tiempo y hoy la mayor parte de estos docentes se quedaron y defienden la Ley del Profesorado y ahora están en huelga.
A finales de los años noventa y a comienzos del dos mil la sobreoferta docente determinó, una competencia muy fuerte en las plazas ofrecidas por el Estado. Incluso las vacantes en los pueblos más alejados de la ciudad comenzaron a ser muy disputados. Fue en esta época donde comenzó a surgir el paradigma liberal, aunque sólo en algunos centros formadores (facultades de educación e institutos pedagógicos), principalmente privados. En gran parte de universidades públicas, los catedráticos de humanidades (muchos de ellos formados bajo los enfoques marxistas) continuaron inculcando la noción del Estado como el gran proveedor de empleo. Sin embargo, y pese a todo la mentalidad liberal comenzó a abrirse paso, especialmente en los maestros más jóvenes.
El principal signo de este cambio de mentalidad fue dejar de pensar al Estado como un ente obligado a generarles una plaza de trabajo. Fueron preparados con una perspectiva más amplia y dinámica. Estaban capacitados para trabajar, además de profesores de aula, como investigadores o promotores (para nombrar dos ejemplos). Dejaron de considerarse con el derecho a una estabilidad laboral incondicional. Pero, lo más importante es que la enorme competencia por una plaza los llevó a convencerse de que su permanencia y su ascenso laboral dependían de su capacidad y de su preparación. Consecuentemente tenían que seguir estudiando y capacitándose, aunque ya tuvieran trabajo. Gran parte de este sector de maestros fueron los que postularon a la Carrera Pública, asumiendo la meritocracia como el principio que regía sus carreras.
Arribamos a un punto donde la mentalidad estatista, en la forma de una serie de reivindicaciones, entre ellas la mencionada estabilidad laboral absoluta, se convirtieron en las banderas de lucha del SUTEP para convocar a huelgas y paralizaciones. Insistiendo en la anacrónica demanda de aumentos sin examen ni mérito alguno. La Ley del Profesorado que tanto defienden, antes que tener un espíritu meritocrático, es gerontocrática. En efecto, los exiguos incrementos de sueldo están amarrados al ascenso de nivel, cuyo único requisito es haber cumplido cierta cantidad de años de servicio, no importando las capacidades y los estudios realizados.
La mentalidad estatista se oficializó en la Ley del Profesorado. Ésta generó que la expectativa principal de todo docente egresado de un centro superior fuera obtener una plaza laboral en el Estado. Dicha plaza implicaba una trinchera blindada contra todo tipo de despidos, léase estabilidad laboral absoluta. Era tal la oferta de trabajo en el sistema público que la mayor parte de maestros escogía quedarse en la ciudad, y las plazas de las zonas rurales debían cubrirse con profesores intitulados, y algunas veces, sólo con estudios secundarios. El título se iba obteniendo en el camino.
Consecuencia de ello, en los noventa apareció otro factor negativo. Se trata del negocio de los estudios de profesionalización docente, en los cuales se asistía unas cuantas semanas a las universidades en las vacaciones de verano durante tres, cuatro, o cinco años. En los meses restantes se resolvían las actividades o tareas de los módulos entregados por cada catedrático. Éstas se presentaban en el mes de agosto, durante las vacaciones de medio año, donde volvían a recibir nuevos módulos. He sido testigo de excepción de la precariedad académica de buena parte de estos maestros, a quienes no les quedaba otra opción que pagar para que les hagan sus trabajos y para que los preparen para exponerlos. Y es que desde el primer día de clase su profesor de la universidad les repartía los temas para “investigar”, y las clases no consistían en otra cosa que la exposición de trabajos.
Volviendo a la mentalidad estatista, un hecho tan crucial como negativo, en muchos de estos docentes era pensar que una vez logrado su nombramiento en una plaza del Estado terminaba su etapa de estudiar, y sólo debían aplicar lo que aprendieron en la facultad o en instituto. De esta manera se fueron quedando sólo con lo aprendido en la los años de su formación, como si la pedagogía, la didáctica y las diferentes ciencias no avanzaran. El pretexto era que el sueldo no alcanzaba para actualizarse. Pasó el tiempo y hoy la mayor parte de estos docentes se quedaron y defienden la Ley del Profesorado y ahora están en huelga.
A finales de los años noventa y a comienzos del dos mil la sobreoferta docente determinó, una competencia muy fuerte en las plazas ofrecidas por el Estado. Incluso las vacantes en los pueblos más alejados de la ciudad comenzaron a ser muy disputados. Fue en esta época donde comenzó a surgir el paradigma liberal, aunque sólo en algunos centros formadores (facultades de educación e institutos pedagógicos), principalmente privados. En gran parte de universidades públicas, los catedráticos de humanidades (muchos de ellos formados bajo los enfoques marxistas) continuaron inculcando la noción del Estado como el gran proveedor de empleo. Sin embargo, y pese a todo la mentalidad liberal comenzó a abrirse paso, especialmente en los maestros más jóvenes.
El principal signo de este cambio de mentalidad fue dejar de pensar al Estado como un ente obligado a generarles una plaza de trabajo. Fueron preparados con una perspectiva más amplia y dinámica. Estaban capacitados para trabajar, además de profesores de aula, como investigadores o promotores (para nombrar dos ejemplos). Dejaron de considerarse con el derecho a una estabilidad laboral incondicional. Pero, lo más importante es que la enorme competencia por una plaza los llevó a convencerse de que su permanencia y su ascenso laboral dependían de su capacidad y de su preparación. Consecuentemente tenían que seguir estudiando y capacitándose, aunque ya tuvieran trabajo. Gran parte de este sector de maestros fueron los que postularon a la Carrera Pública, asumiendo la meritocracia como el principio que regía sus carreras.
Arribamos a un punto donde la mentalidad estatista, en la forma de una serie de reivindicaciones, entre ellas la mencionada estabilidad laboral absoluta, se convirtieron en las banderas de lucha del SUTEP para convocar a huelgas y paralizaciones. Insistiendo en la anacrónica demanda de aumentos sin examen ni mérito alguno. La Ley del Profesorado que tanto defienden, antes que tener un espíritu meritocrático, es gerontocrática. En efecto, los exiguos incrementos de sueldo están amarrados al ascenso de nivel, cuyo único requisito es haber cumplido cierta cantidad de años de servicio, no importando las capacidades y los estudios realizados.
Los profesores y medicos tienen derecho a ganar un sueldo mejor
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